Thursday, September 28, 2006

El Guerrero y El Anciano


Cuenta la leyenda que el más sabio de los sabios de los monjes de un lejano país, cansado de los honores de su cargo, decidió prescindir de todo boato y salir en peregrinación. Escapó de noche del monasterio, vestido con pobres ropajes y con un bastón y una bolsa por todo equipaje. Y así, viajando solo, recorría libre los caminos hacia su destino; atrás quedaba su fama de ser el hombre más sabio y el más amoroso maestro.
Un buen día hizo un alto en el claro de un profundo bosque, allí se sentó y pronto quedo sumido en el infinito silencio de su mundo interior, ajeno a todo lo que le rodeaba. Y así quedo, con los ojos cerrados, las piernas cruzadas y las manos apoyadas en las rodillas, en actitud de profunda meditación.
Su venerable aspecto movía al respeto y la contemplación.
Pero, de repente, irrumpió en el bosque, la voz áspera y exigente de un guerrero que gritaba:
-¡Anciano despierta! ¡Tu que eres sabio y conoces el mas allá, enséñame del cielo y del infierno! ¿Existen realmente? ¿Cual será mi destino?
A pesar de la voz destemplada y la violencia de las palabras, el anciano continuó en silencio, con los ojos cerrados, como si nada hubiera oído. No hubo respuesta al griterío.
Mientras el guerrero, que seguia de pie frente al monje, impaciente, empezó a mostrarse mas y mas nervioso a cada instante que pasaba sin que aquel anciano diera señal de haberlo escuchado. Mas al cabo, poco a poco, el hombre sabio empezó a entreabrir los ojos, al tiempo que una débil insinuación de sonrisa se asomaba entre la comisura de sus labios.
El monje contempló en silencio al guerrero, evaluando con ojos de conocimiento, su cara sus armas y ropajes, cada detalle de su indumentaria y su expresión, y lo hacia como si así alcanzara al más profundo secreto del corazón de aquel hombre, Y súbitamente, con voz profunda ronca y llena de vigor exclamó:
- Dices que quieres conocer los secretos del cielo y del infierno, pero ¿Quién eres tú para interpelarme sobre esas cuestiones? ¿Quién eres en realidad? Obsérvate, ¿Cuál es tu actividad? ¿Cual es el propósito de tu vida? No sabes responder a estas preguntas, siquiera habían pasado por tu mente hasta ahora. Solo sabes matar agredir, eres rehén de tu violencia y de tu ira. Esclavo del poder, tienes las manos manchadas con sangre inocente. Eres un asesino, un monstruo al servicio de cualquiera que pague. Careces de voluntad propia, de honor... ¿Y tú te atreves a dirigirte a mí para preguntar por el cielo y el infierno?
El guerrero sintió como la ira crecía en su interior y surgía de forma arrolladora. Y mientras profería una maldición terrible sacó su espada y la alzó con rabia sobre su cabeza. Mientras así preparaba para decapitar al monje, en fracciones de segundo en su mente resonaron sus palabras y se sucedieron las terribles imágenes de su pasado, todas ellas repletas de batallas, muertes y violencia, de sangre y saqueos, de terror y desesperación...toda su vida desfilo ante sus ojos para poner de manifiesto que no tenia sentido.
- Esto es el infierno- dijo entonces el anciano monje, mientras la espada, amenazadora, comenzaba a bajar.
En esa fracción de segundo, el guerrero comprendió y se sintió abrumado por un temor reverencial, por una compasión y un amor extraordinario hacia aquel amable monje, hacia aquel ser humano que, sin conocerle arriesgaba su propia vida para enseñarle su autentica naturaleza de forma tan directa y practica.
Detuvo por fin la espada apenas a unos milímetros de la cabeza del anciano. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas por lo sucedido, por los intensos sentimientos de alivio y liberación que se sucedían en su interior, por las imágenes de un futuro diferente, lleno de paz y libertad.
Y en ese instante pudo escuchar la voz llena de sabiduría y amor del monje, que con gran dulzura susurraba:
-Y esto es el cielo..


Reflexión:
El odio no desaparece al dejar de odiar.
El odio desaparece al empezar a amar.

Tomado del libro: Lo que no se ve, Frederic Solergibert, Barcelona-2000

Sunday, September 24, 2006

El Ermitaño

Hace muchos, muchos años según reza una antiquísima tradición, existió un pueblo donde siempre reinaba la paz y la armonía. Sus habitantes vivían felices, pues cada cual disfrutaba de lo que tenía y no recelaba de su vecino, Pero, ¡ay!, un día las cosas empezaron a torcerse: sin saber muy bien por qué, unos empezaron a envidiar a otros, y por esa envidia los otros empezaron a hablar mal de los unos.
Al principio se creyó que era sólo por afán de distracción, por tener algo nuevo de que hablar, un entretenimiento o un juego inofensivo. Pasaron los días y la semilla de la maledicencia se enraizaban mas en los corazones de los habitantes del lugar, y así fue que, poco a poco, la paz, la felicidad y la prosperidad que antes habían sido naturales, fueron desapareciendo y dieron paso al rencor, la envidia y las rencillas. Casi sin que nadie se diera cuenta, pronto el sufrimiento, algo desconocido para todos, paso a formar parte de la vida de la ciudad.
Cuando ya las discusiones y las amenaza empezaron a ser el pan de cada día, alguien recordó que en lo alto de la montaña a cuyos pies crecía el pueblo, vivía, lejos del ruido, de lo mundano, un sabio anciano, quizás el mas viejo del condado, sumido en profunda meditación.
- Vayamos a ver al ermitaño de la montaña -propuso un vecino- El ya era viejo cuando nuestros abuelos presumían de juventud. Ha visto todo tipo de cosas en su vida, y seguro que tiene alguna solución para nuestro problema. Vayamos todos juntos a verle y preguntemos que podemos hacer.
Y así fue que todo el pueblo inicio el ascenso a la montaña, hasta el apartado lugar donde moraba el anciano... llegaron a su cueva tras hora de viaje; se acercaron con respeto y se sentaron a esperar que saliera de su profunda meditación, para hablar con el. Y entonces explicaron:
-No sabemos que nos sucede. Antes vivíamos felices pero sin darnos cuenta nos hemos convertido en seres desconfiados. Cerramos las puertas de nuestras casas y miramos a nuestros vecinos como un enemigo.
El sabio anciano lo escucho en silencio. A continuación, cerró los ojos y meditó. Los vecinos esperaron en reverencial silencio la respuesta del ermitaño. Al cabo de tres horas el hombre sabio abrió sus ojos, los miró lentamente a todos y, desde su paz les comunicó:
-La vida Fluye-
Todos los habitantes del pueblo, repitieron en un murmullo la respuesta del santo:
-La vida fluye. La vida fluye. ¡Claro, la vida fluye! ¡Tiene razón, la vida fluye!
Y ese mensaje se repetían los unos a los otros mientras volvían todos a sus casas satisfechos. Y la felicidad de aquel día duro mucho tiempo.
Fueron buenos años, tiempo de felicidad recuperada...que duraron hasta que, sin que nadie supiera como, volvieron los comentarios, los cuchicheos, las murmuraciones mal disimuladas...Y de ahí se paso a los roces, a los conflictos, a la ambición a la necesidad de poder.
Poco a apoco desapareció la paz y la felicidad y la ciudad se convirtió en un lugar de enfrentamientos y desconfianzas. La gente empezó a desear lo que no poseía, no porque lo necesitara, sino por el deseo de tener mas y mas. Finalmente cuando las peleas se convirtieron en moneda corriente, alguien se acordó del anciano que vivía en lo alto de la montaña, el hombre mas sabio del lugar, aquel que con su gran visión les había ayudado en el pasado.
Subieron, pues todos en esperanzada procesión, hasta el lugar donde vivía el hombre sabio, se detuvieron ante la entrada de su cueva y esperaron nerviosos a que el hombre sabio los atendiera. Pasado un tiempo, el anciano dejo su meditación, abrió los ojos, les miro con dulzura y espero su pregunta.
-Tenemos problemas, todos sufrimos. Es como vivir en un infierno. ¿Cómo podemos salir de el?
El hombre sabio escucho aquellas palabras con atención. A continuación cerró los ojos y entro en profunda meditación. Su cuerpo permaneció inmóvil, como si el espíritu que lo habitaba se hubiera ausentado, aunque todo el brillaba con el vigor de la sabiduría.
Después de seis horas en ese estado, abrió los ojos y con suavidad susurró:
-¡La vida Fluye!.
-¿La vida fluye?- se preguntaron los unos a los otros.
-Si, eso es-se oyó una voz entre la multitud-. ¡La vida fluye!
-La vida fluye-repitieron algunos mas, esta vez con mas convicción.
-Y la vida fluye, y la vida fluye...
-corearon todos durante unos instantes.
Así volvieron a sus casas y comenzaron una nueva vida basada en la paz y la sinceridad. Pero con el paso del tiempo la dicha se evaporó como el agua del barreño en los días de estío y la locura volvió a apoderarse de sus mentes. De nuevo la envidia, la ambición, el dolor y el resentimiento hicieron su aparición con su carga de rencores, rencillas y problemas. Surgieron los problemas y llego la enfermedad, desapareció la armonía y reino el desorden.
Cuando la situación empezaba a ser desesperada y ya algunos se, marchaban del lugar, alguien recordó al anciano de la montaña. Dudaban de que pudiera ayudarlos, pero decidieron acudir al el como última solución.
Y volvieron a subir la montaña hasta la cueva del anciano, y esperaron a que abriera los ojos. Cuando lo hizo le contaron todos sus pesares, su sufrimiento, la ausencia de sentido en sus vidas, la desesperación y la carencia de felicidad y de alegría.
-Todo es sufrimiento, todo es dolor. Dinos, oh, sabio, ¿Cuál es el sentido de la vida?
El anciano los escucho atentamente, cerro los ojos y entró en profunda meditación. Y en esta ocasión lo hizo durante un día entero; cuando por fin abrió los ojos, miro a cada uno de los presentes y les dijo:
-¡La vida Fluye!
Entonces, uno de los presentes se adelantó y exclamó:
-¿Cómo que la vida fluye? Yo no veo que fluya.
Y el sabio anciano lo miró y, encogiéndose de hombros en un gesto de escepticismo e infinito amor, murmuro:
-Pues si no fluye, no fluye.
De nuevo cerró los ojos, con suavidad, mientras los vecinos se alejaban en silencio, como si despertaran de un sueño.
Al fin comprendían el mensaje que durante tantos años el sabio había intentado transmitirles: la vida era lo que cada cual construía con sus pensamientos sus palabras y sus acciones.
Cuando la vida fluye con facilidad hay que disfrutarla, cuando se detiene por algún obstáculo, hay que recobrar la fluidez, el respeto y el amor en nuestra mente.
Si no te gusta lo que en la vida recoges, pregúntate siempre que es lo que siembras.


Reflexión:

Si piensas que tienes dones en tu vida, si crees en tu talento, en tu posición y en tu conocimiento, todo ello se multiplicara pata ti.
Tomado del libro: Lo que no se ve, Frederic Solergibert, Barcelona-2000

Thursday, September 21, 2006

Las Dos Ranas y El Balde De Leche

Sucedió una vez que dos ranitas salieron a dar un paseo. Como hacían a menudo recorrían los prados que rodeaban su charca saltando alegremente. Hasta que un día sucedió algo totalmente inesperado: tras un salto ni mas ni menos largo cayeron dentro de un balde que el vaquero había olvidado cerca del establo y que aun guardaba bastante leche.
Al principio las ranitas no comprendían que había sucedido, incluso encontraban divertida la situación. Pero pronto se dieron cuenta que aquello se estaba convirtiendo en una trampa: por mucho que se esforzaban por salir del cubo, las paredes metálicas eran demasiado lisas y el borde quedaba demasiado alto. Y así lo único que podían hacer era nadar para no ahogarse en la leche.
Pero el tiempo pasaba y el cansancio se apoderaba de ellas.
-¿Te has dado cuenta que nunca vamos a salir de aquí?- Le dijo la ranita mayor a la mas joven- .Nuestras patitas no podrán soportarlo mucho tiempo y me temo que nunca saldremos de ésta. Moriremos aquí.
- No importa- Respondió la otra ranita-. No podemos hacer otra cosa que nadar. Nada y no te lamentes. Conserva tus fuerzas.
Y las ranitas siguieron nadando y nadando y nadando sin descanso. Al cabo de unas horas, la ranita mayor volvió a quejarse:
- Nunca saldremos de aquí, este será nuestro final. Me duelen las ancas y ya casi me es imposible seguir nadando. En verdad ha llegado nuestro fin.
A lo que la ranita pequeña respondió:
- Nada y calla; no pierdas la esperanza. Simplemente confía y sigue luchando.
Y así siguieron, nadando y nadando; pero el tiempo pasaba y sus fuerzas menguaban, pues no paraban de dar vueltas, una detrás de la otra, concentrándose en el movimiento de sus patitas y en mantener la cabeza fuera del líquido.
- No puedo mas- Volvió a quejarse la ranita mayor-. De verdad te digo que ya no puedo mas. Ya no siento las ancas, ya no se si las muevo o no. No veo bien y no se hacia donde me muevo. Ya no se nada-
-Continúa nadando-. Replico la otra ranita-. No importa como te sientas, no pienses siquiera en ello. Sigue adelante, continúa.
Sacaron fuerzas de flaqueza y siguieron nadando y nadando.
Por poco tiempo, pues la rana mayor pronto cejo en el empeño y con apenas un aliento de voz susurró:
-Es inútil. No tiene ningún sentido seguir luchando. No entiendo que estamos haciendo, por que he de seguir nadando. Nunca podremos escapar.
-¡Nada, nada! ¡Sigue nadando!
Y aun reunieron fuerzas para nadar unos instantes mas..., hasta que la ranita mayor extenuada, abandonó y murió ahogada. Y también la ranita mas joven sintió la tentación de abandonar la lucha. De dejarse vencer y acabar con aquello, pero siguió nadando y nadando, mientras se repetía a si misma:
- Nada, nada. Un poco mas, solo un poco mas. Continúa nadando. ¡Nada! ¡Nada!
Pero el tiempo pasaba y la ranita se sentía cada vez mas débil. Le dolían las ancas, todo el cuerpo le dolía pero ella seguía nadando, nadando, moviendo sin cesar sus pequeñas extremidades.
Y de pronto algo sorprendente.
Bajo sus patitas empezó a notar algo de mayor consistencia que la leche, algo sólido, así que reunió las últimas fuerzas que le quedaban, se apoyó en aquella masa y saltó... justo por encima del borde del balde, para ir a parar a la seguridad del prado.
¡Con! el movimiento continuo de sus patitas la leche había comenzado a convertirse en mantequilla! Y la consistencia de la mantequilla ofreció un punto de apoyo desde el que saltar.
Gracias a la perseverancia en su esfuerzo y a que no se había dejado derrotar por el cansancio o el sin sentido, había sido capaz de transformar una situación terrible en una ocasión de liberación.
En los momentos mas difíciles lo único que no podemos perder es la esperanza.

Reflexión:
Si pones tu corazón en tu propósito ningún esfuerzo te parecerá difícil.
Tomado del libro: Lo que no se ve, Frederic Solergibert, Barcelona-2000

Saturday, September 09, 2006

La Felicidad Del Peregrino


Cuentan que un peregrino viajaba de ciudad en ciudad en busca de las respuestas a sus preguntas. Había llegado a grandes ciudades que ocupan extensas planicies, a pequeñas aldeas de pocas casas, a ciudades amuralladas y con castillos, monasterios y cuarteles. A ciudades con hermosos jardines colgantes, a otras construidas junto a cascadas, a ciudades flotantes que parecían crecer como nenúfares sobre lagos, a poblaciones levantadas sobre montañas y aun junto al mar. Conocía toda clase de ciudades, todas distintas, aunque todas tenían una característica en común: en ninguna de ellas encontró gentes felices.
Yel peregrino buscaba el secreto de la felicidad, pues esa era para el la riqueza mas valiosa, ese era el conocimiento más preciado, el más valioso don.
Ypor ello viajaba y viajaba. Llegó un día que no recordaba nada de su vida que no fuera viaje, e incluso esos recuerdos se confundían en su mente. Y ese día descubrió, en lo hondo de un valle, una nueva ciudad, una que nunca había visto. No era ni demasiado grande ni demasiado pequeña, sus casas no eran ni demasiado altas ni demasiado bajas y todo en ella denunciaba una ciudad normal. Solo eso. O eso le parecía.
No obstante, a medida que se acercaba a la ciudad descubrió que había algo extraño en ella. No la rodeaban murallas ni había guardias, las puertas estaban abiertas y los pobladores se movían de allá para acá apresurados y entre cantos y bromas. Cuando al fin entró en la ciudad se dirigió a un hombre que paseaba y le preguntó:
-¿Que ciudad es esta? ¿Porque hay tanta agitación?
Y el paseante muy amable respondió:
-Bien veo que sois extranjero. Esta es la ciudad sin nombre y precisamente hoy celebramos la fiesta más importante del año, el día de nuestra independencia.
-¿Y como lo celebráis? ¿Con bailes, con un gran banquete?
-No amigo-respondió entre risa el ciudadano-.Lo celebramos con un gran entierro y plantando un jardín. ¿Os sorprende? Seguidme y lo entenderéis.
Y así vecino y peregrino recorrieron la ciudad, mientras el primero explicaba al segundo cómo se hacían las cosas en la ciudad.
-¿Veis todos aquellos jardines, allí? Cada uno es recuerdo de un año de nuestra ciudad. Y ahora os mostraré el lugar en el que preparamos el de este año.
Caminaron hasta una plaza donde se había excavado una zanja de varios metros de profundidad: Apoyadas en las paredes de las casas habían montones de flores y plantas, en macetas y jardineras. El peregrino, no obstante, no acababa de entender cómo aquel agujero profundo podía transformarse en un jardín ¿Por qué lo hacían tan hondo? ¿Cómo lo rellenarían? Y lo pregunto a su nuevo amigo.
-Muy fácil- le respondió el vecino -. Os dije que celebrábamos un entierro. Pues bien se trata del entierro de los Debería. Cada ciudadano trae hoy aquí todos los objetos que representan sus obligaciones, todos los elementos que ya no le son útiles, todo aquello que debería hacer..., debería cambiar..., debería mejorar...y lo arrojamos a la zanja. Cuando todos lo hemos hecho, lo cubrimos con tierra y nos despedimos de los debería. Y encima plantamos una planta por cada nuevo propósito.
Así plantamos Yo podré..., Yo lograré..., Yo conseguiré... y, sobre todo mucho Yo deseo...Así es como nacen nuestros maravillosos jardines.
El peregrino se quedó en silencio observando cómo las gentes del lugar se acercaban alegres cargadas de ropas, libros, utensilios, herramientas...Cómo niños y mayores se turnaban en ir llenando el vacío que se abría a sus pies con pensamientos y obligaciones que les impedían ser felices.
Y , aún en silencio, se acerco al borde de la zanja y él también lanzo su bastón y su bolsa, todo lo que le ataba al pasado de búsqueda y viaje. Ya no debería seguir viajando. Había aprendido que el secreto de la felicidad está en la libertad de seguir el dictado del propio corazón y no las leyes de la razón.
Y allí se quedo para siempre jamás.
En la ciudad donde no existía el debería encontró la felicidad.

Reflexión:
Nuestro ego es el eco de las voces de nuestro pasado.
Tomado del libro: Lo que no se ve, Frederic Solergibert, Barcelona-2000

Friday, September 08, 2006

El Gran Tesoro


Cuentan las leyendas que en la época de la noble caballería existía un monasterio lejos del tumulto de las ciudades, en el que se custodiaba un tesoro de incalculable valor. Tan grande era la veneración que inspiraba que sólo al mas sabio de los monjes se le encargaba, como única tarea su custodia.
Un día del invierno más crudo que las crónicas recordaban el anciano Guardián del tesoro murió. Con gran presteza el abad llamo a asamblea a los más venerables de los monjes del monasterio con el fin de elegir entre ellos al hombre sabio que pudiera ser nombrado monje custodio.
Se reunieron todos en la sala capitular y, en su presencia el abad abrió un cofre en cuyo interior había otro, dentro del cual había otro...y así hasta siete cofres, que se abrieron con siete llaves de distintos metales, y en el interior del último apareció, por fin, una maravillosa caja labrada, envuelta en la mas sutil de las sedas, que guardaba el objeto de tanta veneración: un exquisito vaso de la mas fina porcelana.
Estaba cubierto de esmaltes traslucidos que producían el efecto de aguas en movimiento y de piedras preciosas de infinitos reflejos; en su interior, intangible, una maravillosa rosa amarilla flotaba como los sueños del desierto, y un halo de luz dorado surgía de él, iluminaba con calidos rayos la estancia y llenaba de reflejos amorosos los ojos de quienes lo contemplaban.
Ante el silencio admirativo de los reunidos, el abad solamente dijo:
-He aquí el Problema. Aquel de vosotros que lo resuelva será el nuevo guardián.-Y salio de la sala.
Los monjes se acercaron con cautela al vaso y lo observaron detenidamente. Unos, los intelectuales, empezaron a especular sobre el simbolismo de los grabados que en él había, sobre las formas y los colores del vaso. Otros, los devotos rechazaban la importancia de las formas y discutían acerca del mensaje oculto que la rosa amarilla podía encerrar. Y todos se preguntaban:
-¿Que hacemos? ¿Cuál es el enigma?
En ese preciso momento, uno de los monjes, que se había mantenido en silencio y apartado de los demás, se levantó de su silla. Con paso decidido, sin mirar ni a un lado ni a otro, se dirigió hacia el centro de la sala, sacó de debajo de su hábito, un grueso pedazo de madera y golpeó con todas sus fuerzas la copa, que se deshizo en mil pedazos.
Los monjes, paralizados, no pudieron articular palabra ante tan gran atrocidad. Por fin, curioso por el silencio que reinaba, el abad entró en la estancia. Observó sin decir palabra los restos del vaso y, dirigiéndose al monje que aún guardaba la madera en la mano, le dijo:
-Tú serás el nuevo guardián. Pues no importa que el problema sea la mas exquisita riqueza o el mas grande de los conocimientos, porque si un problema os hace perder la paz, hay que eliminarlo. Un problema es simplemente un problema

Reflexión:

Estas como estas porque no puedes estar de otra manera.
Cuando algo no te haga feliz, apártalo de tu vida
Tomado del libro: Lo que no se ve, Frederic Solergibert, Barcelona-2000