Tuesday, November 07, 2006

Mamá Gaviota

Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, en una playa azotada por una mar embravecida, a una gaviota le ocurrió una gran desgracia: acababa de poner sus huevos en la tibia arena cuando una extraordinaria ola, crecida con la última marea, lamió con fuerza la orilla y se la arrebato.
Mamá gaviota se lanzo contra las aguas para recuperarlos, pero fue inútil. Y era tanto su dolor, tan grande su desesperación, que encaramada en la cima de la mas alta roca del lugar grito a la mar con toda la fuerza de sus pulmones y le rogó y le suplicó que le devolviera sus huevos.
Pero la mar no contestó.
Devuélveme mis hijos, por favor, imploraba una y otra vez mamá gaviota. Pero las aguas, vanidosos, orgullosas en su inmensidad, siquiera acallaron por un instante, el rumor de su ir y venir para responder a la suplica de la frágil gaviota.
Hasta que por fin, llevada por el dolor y una firme determinación, la gaviota se irguió sobre sus patitas, extendió cuanto pudo las alas y lanzo un desafío:
Escucha lo que digo, mar, porque si no me devuelves mis huevos, si me arrebatas mis hijos, mi futuro, te secaré. Con mi pico me llevaré tus aguas, te vaciaré y dejarás de existir. Y no me importa si tardo poco o mucho, ni el esfuerzo que suponga, porque al final con mi pico te secaré.
Y mamá gaviota empezó a volar de mar a tierra, de las aguas a la playa, y en cada viaje robaba con su pico un poco de agua que depositaba en las arenas. Una hora tras otra, día tras día, la gaviota se afanaba en la tarea que se había impuesto.
Al cabo de un tiempo acertó a pasar por allí otra gaviota que, al verla, le pregunto:
-¿Que estas haciendo?
Y mamá gaviota respondió:
-Estoy secando la mar.
¿Secando la mar?-repitió la otra gaviota, como si no hubiese entendido la respuesta.
-Si, eso hago-Y ante la mirada incrédula de su compañera, explicó:
-La mar se lleva nuestros hijos y aunque lloremos y supliquemos para que nos los devuelva, nunca nos ha escuchado. Por eso me he propuesto vaciarle para siempre, y no cesare en el empeño hasta que me devuelva mis huevos.
-Me parece justo-dijo la gaviota recién llegada-. Es más, te ayudaré en tu tarea.
Y así sucedió que en aquella playa y bajo aquel cielo dos gaviotas se pusieron a extraer agua de la mar con sus picos y a depositarla en la arena. Y tal era la energía que ponían en ello que una tercera gaviota al verlas preguntó:
-¿Qué estáis haciendo?
-Estamos secando la mar-respondieron a coro-,porque nos roba nuestros hijos.
Y la última gaviota en llegar al lugar se dispuso a escuchar la historia de mamá gaviota y, conmovida, decidió ayudar con su pico a sacar el agua. Y eran ya tres la que se disponían a secar la mar.
Y no paro allí la cosa, porque paso una cuarta y una quinta y una sexta y todas ellas sumaban sus esfuerzos tras oír el relato de mamá gaviota.
Pero la mar seguía sin responder; de hecho ni siquiera notaba que la querían secar.
Pasadas unas semanas, se contaban por cientos las gaviotas que con sus picos trataban de vaciar a la mar. Y al poco, ya eran miles.
Fue entonces cuando la Gran Gaviota Luminosa que vivía por encima del cielo, vio la extraña tarea que llevaban a cabo sus hijas en tierra. Miles y miles de gaviotas que viajaban de la mar a la playa cargados sus picos con agua salada, y lo hacían una vez y otra y sin tomarse apenas tiempo para descansar.
¿Que harán, se preguntó?
Y al ver que la escena se repetía día tras día creyó que las gaviotas se habían vuelto locas. Así que preocupada, la Gran Gaviota Luminosa que vivía por encima del cielo decidió bajar a la tierra para averiguar que ocurría.
-¿Que estáis haciendo?- les preguntó la Gran Gaviota.
Por un instante, las gaviotas dejaron de volar y la contemplaron extasiadas, embargados sus sentidos, sus corazones llenos de paz.
-Estamos secando la mar-respondió mamá gaviota con serenidad-. Las aguas se llevan a nuestros hijos y la mar no responde a nuestras súplicas para que nos los devuelva. Y porque es descuidada y porque no nos respeta hemos decidido vaciarle.
-Me parece justo-respondió la Gran gaviota-. Pero dejad que yo hable con el océano en vuestro nombre y que les pida que os devuelva lo que os pertenece.
Y, dicho esto, la Gran Gaviota Luminosa alzo el vuelo, se posó en la roca más alta y, con voz firme, habló al océano:
-¡Oh, océano! Devuelve sus huevos a las gaviotas, devuélveles su más preciado don, devuélveles sus hijos...
El océano se estremeció al oír la profunda voz de la Gran Gaviota. Y a pesar de su grandeza, tanta era la reverencia que despertaba en él la diosa de las gaviotas que solo pudo obedecer. Y así fue como, finalmente devolvió los huevos.
Y dicen que por ello las gaviotas siguen volando aun hoy. Han sobrevivido porque aprendieron una lección: vivir unidas les proporcionaba la fuerza que la soledad les negaba.
Y otra lección mas que ha de servir a cualquier ser: cuando tu acción sea justa, aunque te encuentres solo al principio, poco a poco se unirán a ti otros seres, que te apoyaran en tu propósito hasta que, por fin, la totalidad de la creación, el universo entero, te apoyara en la consecución de tu objetivo.
Cuando me contaron este cuento me impresionó la sabiduría que transmitía el ejemplo de aquellas aves. Efectivamente, la vida es como un río, cuando te deslizas a favor de la corriente otros ríos vienen a ti y te enriquecen; pero cuando vas contra la corriente sólo encuentras obstáculos y problemas. El río que fluye hacia la mar no permite que lo detengan obstáculos, no se queja de ellos ni los critica; sigue su camino y se adapta a lo que ante el surge. Y a medida que sus aguas fluyen, otros ríos llegan a él y lo enriquecen con sus corrientes y sus experiencias, y de este modo el viaje se hace más rápido y mas pleno..., y así llega el día en que todos esos ríos desembocan en el mar, unidos, gracias a ala firmeza del propósito.
Así actúa la naturaleza y ese es el secreto del éxito. Si te propones algo, mantenlo con fe y firmeza. Visualiza su consecución cada día, dirige tus acciones hacia esa meta, y con la fuerza de tu mente, de tu corazón y de tu espiritualidad lograras que se haga realidad.
Aun ahora no puedo dejar de maravillarme ante la gran sabiduría de las gaviotas...




Reflexión:
Bellas historias han de escuchar los oídos de los niños, pues con
ellas aprenden el sentido de la vida

Tomado del libro: Lo que no se ve, Frederic Solergibert, Barcelona-2000

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