Sunday, September 24, 2006

El Ermitaño

Hace muchos, muchos años según reza una antiquísima tradición, existió un pueblo donde siempre reinaba la paz y la armonía. Sus habitantes vivían felices, pues cada cual disfrutaba de lo que tenía y no recelaba de su vecino, Pero, ¡ay!, un día las cosas empezaron a torcerse: sin saber muy bien por qué, unos empezaron a envidiar a otros, y por esa envidia los otros empezaron a hablar mal de los unos.
Al principio se creyó que era sólo por afán de distracción, por tener algo nuevo de que hablar, un entretenimiento o un juego inofensivo. Pasaron los días y la semilla de la maledicencia se enraizaban mas en los corazones de los habitantes del lugar, y así fue que, poco a poco, la paz, la felicidad y la prosperidad que antes habían sido naturales, fueron desapareciendo y dieron paso al rencor, la envidia y las rencillas. Casi sin que nadie se diera cuenta, pronto el sufrimiento, algo desconocido para todos, paso a formar parte de la vida de la ciudad.
Cuando ya las discusiones y las amenaza empezaron a ser el pan de cada día, alguien recordó que en lo alto de la montaña a cuyos pies crecía el pueblo, vivía, lejos del ruido, de lo mundano, un sabio anciano, quizás el mas viejo del condado, sumido en profunda meditación.
- Vayamos a ver al ermitaño de la montaña -propuso un vecino- El ya era viejo cuando nuestros abuelos presumían de juventud. Ha visto todo tipo de cosas en su vida, y seguro que tiene alguna solución para nuestro problema. Vayamos todos juntos a verle y preguntemos que podemos hacer.
Y así fue que todo el pueblo inicio el ascenso a la montaña, hasta el apartado lugar donde moraba el anciano... llegaron a su cueva tras hora de viaje; se acercaron con respeto y se sentaron a esperar que saliera de su profunda meditación, para hablar con el. Y entonces explicaron:
-No sabemos que nos sucede. Antes vivíamos felices pero sin darnos cuenta nos hemos convertido en seres desconfiados. Cerramos las puertas de nuestras casas y miramos a nuestros vecinos como un enemigo.
El sabio anciano lo escucho en silencio. A continuación, cerró los ojos y meditó. Los vecinos esperaron en reverencial silencio la respuesta del ermitaño. Al cabo de tres horas el hombre sabio abrió sus ojos, los miró lentamente a todos y, desde su paz les comunicó:
-La vida Fluye-
Todos los habitantes del pueblo, repitieron en un murmullo la respuesta del santo:
-La vida fluye. La vida fluye. ¡Claro, la vida fluye! ¡Tiene razón, la vida fluye!
Y ese mensaje se repetían los unos a los otros mientras volvían todos a sus casas satisfechos. Y la felicidad de aquel día duro mucho tiempo.
Fueron buenos años, tiempo de felicidad recuperada...que duraron hasta que, sin que nadie supiera como, volvieron los comentarios, los cuchicheos, las murmuraciones mal disimuladas...Y de ahí se paso a los roces, a los conflictos, a la ambición a la necesidad de poder.
Poco a apoco desapareció la paz y la felicidad y la ciudad se convirtió en un lugar de enfrentamientos y desconfianzas. La gente empezó a desear lo que no poseía, no porque lo necesitara, sino por el deseo de tener mas y mas. Finalmente cuando las peleas se convirtieron en moneda corriente, alguien se acordó del anciano que vivía en lo alto de la montaña, el hombre mas sabio del lugar, aquel que con su gran visión les había ayudado en el pasado.
Subieron, pues todos en esperanzada procesión, hasta el lugar donde vivía el hombre sabio, se detuvieron ante la entrada de su cueva y esperaron nerviosos a que el hombre sabio los atendiera. Pasado un tiempo, el anciano dejo su meditación, abrió los ojos, les miro con dulzura y espero su pregunta.
-Tenemos problemas, todos sufrimos. Es como vivir en un infierno. ¿Cómo podemos salir de el?
El hombre sabio escucho aquellas palabras con atención. A continuación cerró los ojos y entro en profunda meditación. Su cuerpo permaneció inmóvil, como si el espíritu que lo habitaba se hubiera ausentado, aunque todo el brillaba con el vigor de la sabiduría.
Después de seis horas en ese estado, abrió los ojos y con suavidad susurró:
-¡La vida Fluye!.
-¿La vida fluye?- se preguntaron los unos a los otros.
-Si, eso es-se oyó una voz entre la multitud-. ¡La vida fluye!
-La vida fluye-repitieron algunos mas, esta vez con mas convicción.
-Y la vida fluye, y la vida fluye...
-corearon todos durante unos instantes.
Así volvieron a sus casas y comenzaron una nueva vida basada en la paz y la sinceridad. Pero con el paso del tiempo la dicha se evaporó como el agua del barreño en los días de estío y la locura volvió a apoderarse de sus mentes. De nuevo la envidia, la ambición, el dolor y el resentimiento hicieron su aparición con su carga de rencores, rencillas y problemas. Surgieron los problemas y llego la enfermedad, desapareció la armonía y reino el desorden.
Cuando la situación empezaba a ser desesperada y ya algunos se, marchaban del lugar, alguien recordó al anciano de la montaña. Dudaban de que pudiera ayudarlos, pero decidieron acudir al el como última solución.
Y volvieron a subir la montaña hasta la cueva del anciano, y esperaron a que abriera los ojos. Cuando lo hizo le contaron todos sus pesares, su sufrimiento, la ausencia de sentido en sus vidas, la desesperación y la carencia de felicidad y de alegría.
-Todo es sufrimiento, todo es dolor. Dinos, oh, sabio, ¿Cuál es el sentido de la vida?
El anciano los escucho atentamente, cerro los ojos y entró en profunda meditación. Y en esta ocasión lo hizo durante un día entero; cuando por fin abrió los ojos, miro a cada uno de los presentes y les dijo:
-¡La vida Fluye!
Entonces, uno de los presentes se adelantó y exclamó:
-¿Cómo que la vida fluye? Yo no veo que fluya.
Y el sabio anciano lo miró y, encogiéndose de hombros en un gesto de escepticismo e infinito amor, murmuro:
-Pues si no fluye, no fluye.
De nuevo cerró los ojos, con suavidad, mientras los vecinos se alejaban en silencio, como si despertaran de un sueño.
Al fin comprendían el mensaje que durante tantos años el sabio había intentado transmitirles: la vida era lo que cada cual construía con sus pensamientos sus palabras y sus acciones.
Cuando la vida fluye con facilidad hay que disfrutarla, cuando se detiene por algún obstáculo, hay que recobrar la fluidez, el respeto y el amor en nuestra mente.
Si no te gusta lo que en la vida recoges, pregúntate siempre que es lo que siembras.


Reflexión:

Si piensas que tienes dones en tu vida, si crees en tu talento, en tu posición y en tu conocimiento, todo ello se multiplicara pata ti.
Tomado del libro: Lo que no se ve, Frederic Solergibert, Barcelona-2000

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